Así lo llamó un día Jerónimo Mazarrasa, miembro del equipo de la fundación ICEERS, en un grupo de chat de temas relacionados con la etnobotánica. Y se me quedó. Yo había estado jugando con un software de gestión de libros electrónicos que incluía un potente motor de búsqueda, con la idea de usarlo con mi biblioteca digital, y lo comenté en el grupo. Mi pregunta implícita era ¿no sería interesante para la comunidad tener acceso a un buen archivo especializado con buscador de texto…? Claro, pero no era una tarea fácil, ni corta. Faltaban tiempo y recursos.
Quizá de ahí partía el comentario de Jerónimo, pero en cualquier caso se me quedó, porque era cierto. Incluso sin el buscador, una biblioteca comunitaria especializada manifiesta un espacio que llega a la categoría de sueño. Y uno viejo, además. Los viejos sueños son tenaces. Persisten en el tiempo a través de mucha gente, esperando. Éste en particular esperó hasta finales de 2023, y entonces lo empujaron dos pioneros.
El primer empujón llegó de parte de Fernando Pardo, editor clave, uno de los fundadores de La Liebre de Marzo, sabio y autor. Fernando había muerto en 2022, y entre todo el legado que dejó quedaba una impresionante biblioteca personal sobre neurociencia, psiquedélicos, etnobotánica, psicología, antropología y otras materias relacionadas. Y el empujón definitivo lo dio un amigo de Fernando, José Carlos Bouso, y que lo diera él fue de una lógica impecable. Porque Bouso ya llevaba tiempo imaginando una biblioteca para etnobotánicos, psiconautas, jardineros y otros simbiontes que se acercan a las plantas por razones que van más allá de lo meramente nutricional o estético. Para quienes aún no le conozcan, José Carlos Bouso es una especie de Shackleton de la investigación con sustancias psicoactivas. Pionero rompehielos, investigador auténtico y prolífico, escritor y, cómo no, bibliófilo. A finales de 2023, me llamó y abrió la posibilidad de recuperar la biblioteca de Fernando, una colección de unos 3.000 títulos que no debía disolverse en el mercado de segunda mano, y que decidimos adquirir.
José Carlos Bouso y Fernando Pardo, en la primera Conferencia Mundial sobre la Ayahuasca (Ibiza, 2014). Detalle sobre foto de Xavi Vidal.
Dentro del esfuerzo para rescatar todos esos libros tenemos que dar las gracias a Quim Tarinas por su mediación, a Jose Afuera por su faena, y por ambas cosas a Suriel Martínez, que ya era parte del proyecto antes de que existiera – y antes de que se llamara Mandrágora.
El nombre de Mandrágora arraigó, sin demasiada dificultad, por distintos motivos. La mandrágora es una de las plantas más carismáticas que yo había tenido la oportunidad de conocer durante la pasada década, una planta con raíces insólitas capaces de conectar mito y farmacología, medicina y magia, historia antigua con cultura pop. Incluso sin ser particularmente fácil de cultivar, encajaba en nuestro (su) clima mediterráneo mucho mejor que otras plantas maestras, también carismáticas pero cuyo cultivo terminó por pelearse con mi sentido común. Con los años fui reemplazando especies tropicales y subtropicales por especies nativas, naturalizadas o cuando menos fácilmente adaptables a nuestro entorno, y cuanto más las conocía, más me interesaba explorar sus tradiciones y propiedades. Donde antes me esforzaba para que una ayahuasca, una iboga o un khat sobrevivieran al invierno, aprendí a observar cómo la artemisa, la ruda siria o la mandrágora simplemente seguían su ciclo.
El aire mediterráneo que ha ido cogiendo nuestra futura biblioteca también se debe a otro empujón (de un pionero más, claro). Benjamin De Loenen, amigo y primer promotor de la Fundación ICEERS, me había invitado tiempo atrás a pensar en incorporar la tradición europea dentro de su proyecto. La dedicación de Ben y la de ICEERS no solamente a la investigación, sino a la alianza con las tradiciones indígenas americanas y africanas acompaña un largo proceso en la cultura occidental. Un trabajo de recuerdo, de reconocimiento del vínculo con la naturaleza, que quizá no hubiera comenzado de no ser por la fascinación moderna por el conocimiento indígena, testigo vivo de ese vínculo. Podemos aprender las claves para curarnos de una enfermedad si prestamos atención a aquellos que no la padecen. Pero tarde o temprano, si de verdad nos queremos curar, tenemos que aplicar las lecciones aprendidas a nuestra familia, a nuestra casa, a nuestro territorio. Ben se volvía a anticipar en lo personal a lo colectivo, comenzó a interesarse también por nuestras propias plantas y la historia que compartimos con ellas, y ahí nos volvimos a encontrar. Así, cuando después de la biblioteca de Fernando Pardo recibimos también el regalo de la biblioteca del propio José Carlos Bouso (lo que, claro, me convenció también a mí para añadir una parte de la mía propia), alrededor de todos esos libros comenzamos a trabajar en la Fundación Mandrágora. Para seguir aprendiendo de todas las disciplinas y tradiciones, pero especialmente para prestar atención a la nuestra, y ayudar a curarla.
Fernando Pardo en la Alta Garrotxa, en 2021. Foto de Mauro Bianco, cedida por Óscar Ruiz.
También entendimos que, además de a los libros y a las personas, iba a ser necesario acoger a las mismas plantas de nuestra tradición, a menudo denostadas u olvidadas. El proyecto de biblioteca viva de Mandrágora, de nuestro banco de semillas y futuro jardín, es algo de lo que hablaremos en un próximo artículo; sea como sea, ya ha tenido mucho que ver en la configuración del primer equipo de personas que han querido sumarse a la iniciativa. Todos los miembros del patronato inicial de la Fundación Mandrágora tienen una relación especial con las plantas. Las han estudiado, explorado o cultivado, y comprenden nuestra relación con ellas lo suficiente para enriquecerla. Estoy muy agradecido por su implicación, su ilusión y su confianza.
Aspiro a construir en Mandrágora el lugar que tanto me habría gustado encontrar cuando empecé a interesarme por las plantas, sus propiedades, y su capacidad de curar, enseñar y transformar. Un lugar para quienes quieran acercarse a la sabiduría compartida por libros y plantas, sean etnobotánicos, psiconautas, jardineras o alguna otra especie de simbionte. Mandrágora aspira a hacer realidad un viejo sueño. Uno de los que, probablemente, Fernando Pardo también habría compartido.
– Joan Manel Vilaseca